Este martes, el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, confirmó a través de redes sociales la muerte de José “Pepe” Mujica, expresidente y referente moral de la izquierda uruguaya, a los 89 años. Mujica venía enfrentando una dura batalla contra el cáncer, primero en el esófago y luego con metástasis en el hígado.
A finales de abril de 2024, Mujica reveló públicamente que padecía un tumor maligno en el esófago. Se sometió a un tratamiento de radioterapia que, según él mismo confesó, lo dejó “deshecho”. Las secuelas lo debilitaron progresivamente y, consciente del desenlace, pidió retirarse del foco público y morir en paz en su chacra.
En enero de este año, Mujica ya había anticipado que el final se acercaba: “Hasta acá llegué”, dijo entonces. En una de sus últimas entrevistas, expresó: “Sinceramente, me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso”.
Durante su mandato (2010-2015), Uruguay vivió una histórica reducción de la pobreza y la desigualdad. Mujica destinó casi todo su salario a proyectos sociales y vivió con humildad en su chacra, lo que le valió el apodo de “el presidente más pobre del mundo”. Llegó a fascinar al mundo con su coherencia: predicaba la sobriedad y la practicaba.
Exguerrillero, prisionero político, legislador y presidente, Mujica dedicó su vida a la política desde una filosofía existencial: “Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar”.
Promotor de una agenda de derechos progresistas, entre ellas la legalización del aborto y el matrimonio igualitario, Mujica también reguló el mercado de la marihuana en su país. Su estilo directo, sus discursos cargados de reflexión filosófica y su vida frugal lo convirtieron en un referente mundial.
“Ya no me pidan entrevistas. Ya terminé mi ciclo”, dijo. Hoy, América Latina pierde una de sus voces más auténticas. El guerrero que vivió liviano de equipaje y con el corazón lleno de ideales, descansa ahora bajo la secuoya que él mismo eligió como su lugar de despedida.
360°/AR/OBP