Durante la Semana Santa, muchas iglesias cubren sus imágenes sagradas con un manto de color morado, una práctica que refleja una profunda simbología en la liturgia católica. Este gesto invita a la reflexión y al recogimiento espiritual en un período de penitencia y preparación para la Resurrección de Cristo.
El color morado representa la penitencia, el luto y la meditación sobre la Pasión de Cristo. Al cubrir las imágenes, estas se convierten en un símbolo que centra la atención de los fieles en el sacrificio de Jesús. Este acto crea un ambiente de sobriedad y permite una contemplación más profunda del misterio pascual.
El cubrimiento de las imágenes también expresa un sentimiento de duelo por el sufrimiento de Cristo. Al ocultar temporalmente las figuras de gloria y santidad, la tradición enfatiza la humanidad sufriente de Jesús y su sacrificio por la humanidad. Sin embargo, esta acción no dura todo el tiempo; en la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección, los mantos morados desaparecen, y las imágenes regresan a su esplendor.
Esta práctica simboliza el triunfo de la luz sobre la oscuridad y la victoria de la vida sobre la muerte, recordando que la Resurrección siempre acompaña al sufrimiento.
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