Los perros, además de seguir adaptándose físicamente, están desarrollando una inteligencia social más avanzada gracias a su cercana convivencia con las personas. Estudios recientes muestran que ahora pueden interpretar mejor las emociones, expresiones faciales y estímulos complejos que provienen de sus dueños.
Esta evolución no solo es de comportamiento. Investigaciones han detectado cambios en su ADN que aumentan su sensibilidad a la oxitocina, conocida como la hormona del amor y el apego. Este aumento en la hormona refuerza aún más el lazo emocional entre perros y humanos.
En entornos urbanos, los perros demuestran una sorprendente capacidad para adaptarse a las rutinas humanas, espacios cerrados y roles de compañía, reflejando una transformación profunda en su relación con nosotros.
Este proceso representa lo que algunos expertos llaman una «tercera ola» de domesticación, en la que el vínculo emocional y las necesidades humanas guían la evolución del perro más allá de las funciones tradicionales.
Además, las razas con temperamentos más sociables y tranquilos están siendo seleccionadas, acelerando tanto su desarrollo cognitivo como emocional. Los humanos, sin darse cuenta, seguimos influyendo en la evolución genética y mental del perro doméstico.
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