En su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump ha consolidado un discurso político que presenta inquietantes similitudes con los modelos autoritarios del siglo XX. Aunque los tiempos y contextos son distintos, los mecanismos de movilización, exclusión y poder evocan con fuerza los estilos de liderazgo de Benito Mussolini y Adolf Hitler.
El uso del miedo, la apelación a un pasado glorioso, el culto al líder y el nacionalismo excluyente resurgen hoy con fuerza bajo un nuevo envoltorio: el populismo de derecha norteamericano.
Apelación a un pasado glorioso
Mussolini prometía el renacimiento del Imperio Romano; Hitler, la restauración de la grandeza alemana. Ambos usaron la historia para justificar regímenes autoritarios. Trump, con su lema “Make America Great Again”, sigue la misma lógica: convoca al retorno de una América idealizada —blanca, patriarcal y conservadora— sin precisar cuándo existió esa grandeza.
Este mito fundacional sirve para alimentar el resentimiento de una parte del electorado que percibe el avance de derechos civiles y sociales como una amenaza a su identidad.
Nacionalismo excluyente y xenofobia
Los fascismos se construyeron sobre la idea de una nación pura, eterna y sagrada, donde lo diferente era visto como una contaminación. Judíos, comunistas, extranjeros eran el “otro” que debía ser eliminado.
Trump replica esta visión desde el poder: militariza la frontera, criminaliza la migración, veta a países musulmanes y revive una idea de “América para los verdaderos americanos”. La diferencia, en lugar de ser parte de la pluralidad democrática, es presentada como amenaza.
El miedo como estrategia de cohesión
Mussolini y Hitler movilizaron a las masas con miedo: miedo al comunismo, al infiltrado, al enemigo invisible. Trump también. Señala a inmigrantes, feministas, activistas, medios y opositores como enemigos de la nación.
Su narrativa divide entre “patriotas” y “traidores”, y acusa a los demócratas de querer destruir al país desde adentro. En esta lógica, la crítica se convierte en traición, y el miedo se vuelve justificativo de la represión.
Expansionismo simbólico y hegemonía
A diferencia de Hitler y Mussolini, Trump no promueve la expansión territorial, pero sí impulsa una forma de imperialismo simbólico y económico. Ha abandonado acuerdos internacionales, debilitado alianzas como la OTAN, y promovido una lógica de “América primero” que justifica la presión y el desprecio hacia otras naciones.
Su política exterior es unilateralista y agresiva: más centrada en imponer condiciones que en cooperar, y siempre basada en una narrativa de superioridad nacional.
El culto al líder
Como el Duce o el Führer, Trump se presenta como el único capaz de salvar a la nación. Su frase “Solo yo puedo arreglar esto” no es un eslogan: es una declaración de poder absoluto. Desde la Casa Blanca ha intensificado ataques a jueces, medios y organismos autónomos.
La lealtad personal se ha vuelto más importante que la institucional. Para su base, Trump no es solo presidente: es símbolo, salvador y garante del orden. La legalidad, cuando lo limita, es puesta en duda.
Hoy, el pasado no se repite con los mismos nombres, pero sus mecanismos sí. Estar alerta no es alarmismo: es memoria activa.
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