En el contexto actual, la política ya no se reduce a tener un buen plan de gobierno. Hoy, la verdadera fuerza está en la conexión emocional y simbólica con la gente. Los líderes que hablan solo de gestión y promesas concretas pierden de vista que lo que moviliza son las historias, los símbolos y los valores que generan sentido.
La política moderna se trata de construir vínculos genuinos: escuchar, reconocer y ofrecer soluciones sinceras. La legitimidad ya no se obtiene solo con información, sino con cercanía y emotividad. La democracia, entonces, es un vínculo profundo entre los líderes y la ciudadanía, que se fortalece con empatía y autenticidad.
Las emociones tienen un poder mayor que los argumentos convincentes, porque las personas votan, principalmente, por lo que sienten, por lo que imaginan y por lo que los identifica. En el siglo XXI, la política se juega en las historias que conectan y en la capacidad de entender y escuchar el alma del pueblo.
Fuente: Hinterlaces
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